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Más Allá de la Técnica: El Desafío de una Conversación Inclusiva en la COP29

Durante la sesión plenaria de la #COP29, una realidad se hizo palpable: la desconexión entre la magnitud de la crisis climática y el formato de las discusiones que pretenden abordarla. Las negociaciones, plagadas de un lenguaje técnico, acrónimos y términos altamente especializados, se han convertido en un ejercicio de exclusión, donde el conocimiento se limita a un círculo restringido de expertos. Esta estructura, que pretende ser precisa, termina siendo excluyente, y con ello, fragmenta nuestra capacidad colectiva para abordar la crisis de manera efectiva.

El desafío principal aquí no es solo lograr que las decisiones sobre el cambio climático sean informadas por datos científicos, sino también garantizar que las soluciones propuestas no se queden atrapadas en la esfera cerrada de las élites tecnocráticas. En lugar de hablar solo entre expertos, debemos construir un lenguaje común, accesible y global, que integre todas las voces, especialmente aquellas que provienen de las comunidades más afectadas por el cambio climático. De lo contrario, el riesgo es que la política climática siga siendo una serie de resoluciones que no logran impactar en la realidad de quienes viven en las primeras líneas de la crisis climática.

Las soluciones no pueden seguir siendo puramente abstractas o distantes; deben estar enraizadas en las experiencias locales y las realidades cotidianas. El verdadero reto está en integrar esos saberes locales en las mesas de toma de decisiones, porque las soluciones más efectivas están, en muchos casos, más cerca de lo que creemos: están en los pueblos indígenas, en las comunidades rurales, en las mujeres líderes que, a menudo, sin los recursos necesarios, han sostenido y gestionado de manera ancestral los ecosistemas más vulnerables. Estos actores tienen la capacidad de ofrecer soluciones profundamente innovadoras, no solo a través de sus conocimientos empíricos, sino también a través de sus sistemas de organización comunitaria, resiliencia y adaptación al cambio climático.

El momento de la COP29, más que un foro de negociaciones, debería ser un espacio de reconstrucción del conocimiento y del poder en la toma de decisiones. La crisis climática exige soluciones estructurales y sistémicas que no solo sean técnicas, sino también profundamente políticas y sociales. Es imperativo que las negociaciones internacionales se abran a un enfoque holístico e interseccional que abarque la interrelación de la crisis climática con las desigualdades sociales, económicas y raciales, las cuales afectan de manera desigual a las diversas poblaciones del mundo. Las soluciones deben ser pensadas como parte de un ecosistema más amplio que no solo busque mitigar las consecuencias ambientales, sino que también resuelva los conflictos sociales y económicos que alimentan la vulnerabilidad de los pueblos más desfavorecidos.

El enfoque de justicia climática debe ser el pilar fundamental de cualquier resolución. La justicia climática no es solo una cuestión de distribución equitativa de recursos, sino una cuestión de reparación histórica, reconocimiento y restauración de los derechos de las poblaciones más vulnerables. Este enfoque no debe ser solo un concepto abstracto, sino que debe ser traducido en políticas claras y concretas, que incluyan una reestructuración radical de los sistemas políticos y económicos que perpetúan las desigualdades, y que a la vez promuevan la participación activa de las voces históricamente excluidas.

En lugar de permanecer atrapados en una lógica de exclusión, debemos crear espacios verdaderamente participativos, donde el diálogo intergeneracional y el intercambio entre diversas culturas sean el centro de la toma de decisiones. Debemos abandonar las soluciones prediseñadas y abrir el espacio a la creatividad y a las respuestas locales, que son las que mejor han demostrado su eficacia en el terreno.

A medida que seguimos enfrentando los efectos del cambio climático, debemos reconocer que la verdadera innovación no provendrá solo de los países industrializados ni de las cumbres de alto nivel, sino de aquellos que, desde las periferias del poder, llevan años gestionando y adaptándose a los impactos del cambio climático. La participación de América Latina y el Sur Global, con sus saberes ancestrales y sus sistemas de organización social, es más esencial que nunca. Si de verdad aspiramos a soluciones inclusivas, debemos dejar de pensar que el conocimiento proviene únicamente de los laboratorios y los centros de investigación, y empezar a escuchar las voces que se encuentran en el epicentro de la crisis. La justicia climática comienza cuando esas voces tienen el mismo peso y la misma visibilidad en las mesas de negociación internacionales.

Es urgente que las soluciones climáticas no sean impuestas, sino construidas colectivamente, integrando las realidades de los pueblos que más han sufrido y que tienen mucho que enseñar sobre resiliencia y adaptación. Solo en ese cruce de caminos, entre el conocimiento científico y el saber ancestral, entre las decisiones políticas y las necesidades locales, encontraremos respuestas verdaderamente transformadoras para la crisis climática.


El desafío principal aquí no es solo lograr que las decisiones sobre el cambio climático sean informadas por datos científicos, sino también garantizar que las soluciones propuestas no se queden atrapadas en la esfera cerrada de las élites tecnocráticas. En lugar de hablar solo entre expertos, debemos construir un lenguaje común, accesible y global, que integre todas las voces, especialmente aquellas que provienen de las comunidades más afectadas por el cambio climático. De lo contrario, el riesgo es que la política climática siga siendo una serie de resoluciones que no logran impactar en la realidad de quienes viven en las primeras líneas de la crisis climática.

Las soluciones no pueden seguir siendo puramente abstractas o distantes; deben estar enraizadas en las experiencias locales y las realidades cotidianas. El verdadero reto está en integrar esos saberes locales en las mesas de toma de decisiones, porque las soluciones más efectivas están, en muchos casos, más cerca de lo que creemos: están en los pueblos indígenas, en las comunidades rurales, en las mujeres líderes que, a menudo, sin los recursos necesarios, han sostenido y gestionado de manera ancestral los ecosistemas más vulnerables. Estos actores tienen la capacidad de ofrecer soluciones profundamente innovadoras, no solo a través de sus conocimientos empíricos, sino también a través de sus sistemas de organización comunitaria, resiliencia y adaptación al cambio climático.

El momento de la COP29, más que un foro de negociaciones, debería ser un espacio de reconstrucción del conocimiento y del poder en la toma de decisiones. La crisis climática exige soluciones estructurales y sistémicas que no solo sean técnicas, sino también profundamente políticas y sociales. Es imperativo que las negociaciones internacionales se abran a un enfoque holístico e interseccional que abarque la interrelación de la crisis climática con las desigualdades sociales, económicas y raciales, las cuales afectan de manera desigual a las diversas poblaciones del mundo. Las soluciones deben ser pensadas como parte de un ecosistema más amplio que no solo busque mitigar las consecuencias ambientales, sino que también resuelva los conflictos sociales y económicos que alimentan la vulnerabilidad de los pueblos más desfavorecidos.

El enfoque de justicia climática debe ser el pilar fundamental de cualquier resolución. La justicia climática no es solo una cuestión de distribución equitativa de recursos, sino una cuestión de reparación histórica, reconocimiento y restauración de los derechos de las poblaciones más vulnerables. Este enfoque no debe ser solo un concepto abstracto, sino que debe ser traducido en políticas claras y concretas, que incluyan una reestructuración radical de los sistemas políticos y económicos que perpetúan las desigualdades, y que a la vez promuevan la participación activa de las voces históricamente excluidas.

En lugar de permanecer atrapados en una lógica de exclusión, debemos crear espacios verdaderamente participativos, donde el diálogo intergeneracional y el intercambio entre diversas culturas sean el centro de la toma de decisiones. Debemos abandonar las soluciones prediseñadas y abrir el espacio a la creatividad y a las respuestas locales, que son las que mejor han demostrado su eficacia en el terreno.

A medida que seguimos enfrentando los efectos del cambio climático, debemos reconocer que la verdadera innovación no provendrá solo de los países industrializados ni de las cumbres de alto nivel, sino de aquellos que, desde las periferias del poder, llevan años gestionando y adaptándose a los impactos del cambio climático. La participación de América Latina y el Sur Global, con sus saberes ancestrales y sus sistemas de organización social, es más esencial que nunca. Si de verdad aspiramos a soluciones inclusivas, debemos dejar de pensar que el conocimiento proviene únicamente de los laboratorios y los centros de investigación, y empezar a escuchar las voces que se encuentran en el epicentro de la crisis. La justicia climática comienza cuando esas voces tienen el mismo peso y la misma visibilidad en las mesas de negociación internacionales.

Es urgente que las soluciones climáticas no sean impuestas, sino construidas colectivamente, integrando las realidades de los pueblos que más han sufrido y que tienen mucho que enseñar sobre resiliencia y adaptación. Solo en ese cruce de caminos, entre el conocimiento científico y el saber ancestral, entre las decisiones políticas y las necesidades locales, encontraremos respuestas verdaderamente transformadoras para la crisis climática.


El desafío principal aquí no es solo lograr que las decisiones sobre el cambio climático sean informadas por datos científicos, sino también garantizar que las soluciones propuestas no se queden atrapadas en la esfera cerrada de las élites tecnocráticas. En lugar de hablar solo entre expertos, debemos construir un lenguaje común, accesible y global, que integre todas las voces, especialmente aquellas que provienen de las comunidades más afectadas por el cambio climático. De lo contrario, el riesgo es que la política climática siga siendo una serie de resoluciones que no logran impactar en la realidad de quienes viven en las primeras líneas de la crisis climática.

Las soluciones no pueden seguir siendo puramente abstractas o distantes; deben estar enraizadas en las experiencias locales y las realidades cotidianas. El verdadero reto está en integrar esos saberes locales en las mesas de toma de decisiones, porque las soluciones más efectivas están, en muchos casos, más cerca de lo que creemos: están en los pueblos indígenas, en las comunidades rurales, en las mujeres líderes que, a menudo, sin los recursos necesarios, han sostenido y gestionado de manera ancestral los ecosistemas más vulnerables. Estos actores tienen la capacidad de ofrecer soluciones profundamente innovadoras, no solo a través de sus conocimientos empíricos, sino también a través de sus sistemas de organización comunitaria, resiliencia y adaptación al cambio climático.

El momento de la COP29, más que un foro de negociaciones, debería ser un espacio de reconstrucción del conocimiento y del poder en la toma de decisiones. La crisis climática exige soluciones estructurales y sistémicas que no solo sean técnicas, sino también profundamente políticas y sociales. Es imperativo que las negociaciones internacionales se abran a un enfoque holístico e interseccional que abarque la interrelación de la crisis climática con las desigualdades sociales, económicas y raciales, las cuales afectan de manera desigual a las diversas poblaciones del mundo. Las soluciones deben ser pensadas como parte de un ecosistema más amplio que no solo busque mitigar las consecuencias ambientales, sino que también resuelva los conflictos sociales y económicos que alimentan la vulnerabilidad de los pueblos más desfavorecidos.

El enfoque de justicia climática debe ser el pilar fundamental de cualquier resolución. La justicia climática no es solo una cuestión de distribución equitativa de recursos, sino una cuestión de reparación histórica, reconocimiento y restauración de los derechos de las poblaciones más vulnerables. Este enfoque no debe ser solo un concepto abstracto, sino que debe ser traducido en políticas claras y concretas, que incluyan una reestructuración radical de los sistemas políticos y económicos que perpetúan las desigualdades, y que a la vez promuevan la participación activa de las voces históricamente excluidas.

En lugar de permanecer atrapados en una lógica de exclusión, debemos crear espacios verdaderamente participativos, donde el diálogo intergeneracional y el intercambio entre diversas culturas sean el centro de la toma de decisiones. Debemos abandonar las soluciones prediseñadas y abrir el espacio a la creatividad y a las respuestas locales, que son las que mejor han demostrado su eficacia en el terreno.

A medida que seguimos enfrentando los efectos del cambio climático, debemos reconocer que la verdadera innovación no provendrá solo de los países industrializados ni de las cumbres de alto nivel, sino de aquellos que, desde las periferias del poder, llevan años gestionando y adaptándose a los impactos del cambio climático. La participación de América Latina y el Sur Global, con sus saberes ancestrales y sus sistemas de organización social, es más esencial que nunca. Si de verdad aspiramos a soluciones inclusivas, debemos dejar de pensar que el conocimiento proviene únicamente de los laboratorios y los centros de investigación, y empezar a escuchar las voces que se encuentran en el epicentro de la crisis. La justicia climática comienza cuando esas voces tienen el mismo peso y la misma visibilidad en las mesas de negociación internacionales.

Es urgente que las soluciones climáticas no sean impuestas, sino construidas colectivamente, integrando las realidades de los pueblos que más han sufrido y que tienen mucho que enseñar sobre resiliencia y adaptación. Solo en ese cruce de caminos, entre el conocimiento científico y el saber ancestral, entre las decisiones políticas y las necesidades locales, encontraremos respuestas verdaderamente transformadoras para la crisis climática.

Fotografías tomadas por: Juliana Jimenez Velandia. Delegada juvenil de Colombia, Fundadora Convergencia Hub

 
 
 

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